jueves, 25 de noviembre de 2010

ACCIÓN DE GRACIAS

Gracias a quienes se fueron por la vereda oscura
y descansan junto a una pequeña cruz de arcilla.
A los que duermen ya junto a un montón de soles muertos.

Gracias al que, con un hacha, cortó la leña para el fuego
y, con recia certidumbre,
dijo que las trompetas del juicio final
serían igual al simple canto de un gallo.

A la muchacha que aguardó como una leyenda en el umbral.
A los cielos color de ropa antigua.

Gracias a quien conmigo se detuvo ante el silencioso
esplendor de la llovizna.
Por eso puedo despedirme sin nostalgia.
Por eso puedo caminar ahora a salvo entre las gentes.

AURORA

O es por esas ciegas ansias terrenales
que sienten los fantasmas por las cosas
que usaron y que aún buscan
perdidos en un tiempo que se les ha negado,
por lo que he entrado aquí. Ajadas y solemnes
cuelgan sobre los muros fotografías de época:
una niña vestida de tul blanco,
una madre muy joven asomada a una cuna
y otros retratos tuyos a edades muy distintas
(y la invisible muerte adivinada
entre los fondos neutros color sepia).
Qué busco no lo sé. Y ahora que has muerto
estoy en esta sala. Aquí, en las siestas
y en los atardeceres, muchas veces te he visto
teclear el piano. Cerrada está la tapa
y un mantillo de polvo se ha posado
y anticipadamente muestra
lo que empiezas a ser, tu exacto rostro.
Voy mirando tus viejas partituras:
Rosa del azafrán y tangos y habaneras.
Y sus fechas (1920, 35) amarillecen. Sé
que los años marcan compases de sonidos,
la pausa de un silencio.
Mas yo trazo tu nombre, Aurora, sobre el polvo.
Y aunque duele ese nombre, que es de luz presentida,
sé que estarás ahora vecina de la luz. Ella te acoja
a otro lado del tiempo
y conmigo te escriba y como yo te nombre.

sábado, 30 de octubre de 2010

MAÑANA DE OTOÑO



Al volante del coche, la vida
pasa tan velozmente
como este pequeño grupo de vencejos
que sobrevuela la ciudad.

Contemplo a través de los cristales,
en un instante eterno, el cortejo alado
que por un momento parece inmóvil,
fijo como un trazo sutil
en el lienzo azul de la mañana.

¿Será esto la vida? ¿Un movimiento fugaz
que parece permanente
y que, en realidad, ya ha pasado?

La música de la radio
acompasa el ligero batir de alas
que se pierden en el horizonte
de esta inesperadamente fría
mañana de otoño.

AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

martes, 17 de agosto de 2010

VERANO



Cierro los ojos sentado en la misma terraza
de todos los veranos.
El tiempo se detiene
justo en el instante del parpadeo.
Cierro los ojos y respiro profundamente el aire
que trae el intenso olor de las algas,
el sabor salado del mar.
A través del toldo se filtran los rayos del sol
que apenas alcanzan a rozar la piel
todavía virgen del invierno.
Cierro los ojos y todo ha pasado
o no ha empezado todavía.
La inminencia de lo por vivir
se mezcla con el recuerdo de lo vivido.
Cierro los ojos y al abrirlo soy yo
quien juega en la arena húmeda de la playa
-la pala, el rastrillo, un cubo-
o es mi hija quien me mira expectante.

martes, 8 de junio de 2010

EN LA PLAZA



Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

miércoles, 2 de junio de 2010

Bajo tu sombra, junio



Bajo tu sombra, junio, salvaje parra,
ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas,
que exprimes tus racimos fecundos en las siestas
sobre los cuerpos que duermen intranquilos,
unidos estrechamente a la tierra que tiembla bajo su abrazo,
con la mejilla desmayada sobre la paja de las eras,
la respiración agitada en la garganta
como hilillo de agua que corriera secreto entre las rosas
y los labios en espera del beso ansioso
que escapa de tu boca roja de dios impuro.
Bajo tu sombra, junio,
yedra de sangre que tiende sus hojas
embriagando de sonrisas la pared más sombría,
la piedra solitaria;
junio, paraíso entre muros, que levantas la antorcha de tus árboles
ardiendo en la púrpura vesperal,
bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos,
las manzanas silvestres y los higos cuajados de corales submarinos,
la barca que va dejando por los ríos lejanos sus perfumes,
los bosques, las ruinas,
las yuntas soñolientas por los caminos
y el zagal cantando con un junco en los labios.
Quiero oír el inquieto raudal de los torrentes,
el crujido de las ramas bajo el peso del nido
y el resonante silencio de las constelaciones
entreabriendo sus alas como pájaros espumantes de fuego
al fúnebre conjuro de los nocturnos pífanos.
Bajo tu sombra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura
y los atardeceres largos como miradas
cuando todo mi ser es un canto al amor,
un cántico al amor entregado,
mientras las manos se curvan sobre las espaldas desnudas
y mis párpados se tiñen con el violento jacinto de la dicha.